Me
llamo Montserrat y entré en el monasterio justo después de cumplir los 33 años.
Mi vocación, claro, comenzó un poco antes, pero, de hecho, quizás me había
acompañado toda la vida e iba creciendo conmigo esperando que llegara su
momento...
Nacida
en una familia católica practicante, hice el camino normal en la fe: me
bautizaron de pequeña y, como iba a una escuela pública, hice la catequesis en
la parroquia hasta confirmarme.
Un
poco más grande, hacia los 20 años, empecé a implicarme más en las actividades
parroquiales en entrar a formar parte del equipo de monitores y monitoras de
actividades recreativas para los niños. La convivencia, los juegos, las
canciones, la alegría, la amistad, el compromiso... fueron unos buenos
ingredientes para que mi fe fuera creciendo en mí. Estuve ocho años colaborando
en las actividades de la parroquia y conservo un recuerdo entrañable que me
acompañará siempre.
Mientras
tanto, iba estudiando: primero Comunicación Audiovisual y después,
Biblioteconomía y Documentación; y acabé trabajando en una biblioteca. El trabajo
era bonito y enriquecedor, sin embargo, yo sentía un vacío que ninguna tarea
podía llenar. ¡Sabía, en el fondo del corazón, que, tarde o temprano, optaría
por la vida religiosa, una respuesta total y radical al Dios que tanto amo!
Creo
que mi vocación se hizo esperar un poco, mis amigos se iban casando o, incluso,
consagrando y yo no encontraba mi momento ... Finalmente, éste llegó y vino la
propuesta del rector de la parroquia de participar en un grupo de
discernimiento ... la cosa estaba ya tan madura que no me fue necesario dar
demasiadas vueltas para darme cuenta de que mi deseo profundo, lo que me hacía
más feliz de lo que pudiera nunca imaginar, era dar un paso decidido adelante y
entregarme a la plenitud de la vida religiosa.
Y
¡dicho y hecho! ... aunque, en la práctica, esta decisión se tradujo en un
torrente de emociones intensas que iban desde la incertidumbre y el miedo,
pasando por la fe, la iluminación, la confianza y el coraje. Afortunadamente
tuve el buen acompañamiento de mi director espiritual y, enseguida, todos los
indicios (las casualidades urdidas por la providencia) me condujeron hacia la
vida monástica benedictina dentro de la comunidad de monjas del Monasterio de
Sant Benet de Montserrat.
Dentro
de poco hará cinco años que estoy en Sant Benet y, a pesar de que mi día a día
tiene sus dificultades, confío, escuchando mi deseo profundo, que Dios me ayude
a hacerlo realidad en este camino tan singular que es la vida monástica.